viernes, 3 de enero de 2014

De camino a la iglesia



Apoyo su mano derecha sobre la pared y miro su dedo índice recordando que no debía comerse más el pellejito de los dedos,  por que después le ardía como la mierda.


Después de terminar de hacer sus necesidades,  corta un pedazo de papel higiénico y limpia cuidadosamente lo que no llego a destino.


Tira la cisterna.


Baja la tapa celeste del wáter.


Nunca le gustó esa tapa, nunca les gustaron las cosas que parecían estar fuera de lugar como esa tapa celeste. Los azulejos eran verdes con motivos negros, sino estaba en la tapa del libro estaba en el prólogo, la tapa celeste no combinaba con los azulejos verdes.


Se da media vuelta.


Le llama la atención el muñequito de goma rojo con los brazos abiertos que estaba pegado en la pared. Los brazos abiertos ayudaban a sostener los dos cepillos de dientes.


Uno amarillo, el otro azul bolita.


Se mira en el espejo y se convence que el bigote le daba más edad, pero pensaba que le quedaba estupendo.


El jabón le hace arder el dedo índice, recordándole nuevamente que no debe de comerse más los pellejitos de los dedos.


Se seca con una toalla de dudosa ablución y sale del baño de Javier Fontán.


Al salir mira por el rabillo del ojo, ve el saco del novio arriba del sillón de la abuela beba, heredado después de que la veterana pasó a mejor vida.


Atrás de la mesa ratona se asoma el abdomen de Javier Fontán empapado en un rojo carmesí.


Javier Fontán se había topado con la muerte.


La rígida y única muerte que puede encontrar un ser humano.


Con tres pasos atraviesa el pasillo y se va.

Sacó cuentas y le quedaban 45 minutos de ómnibus para llegar a la Iglesia San José de la Montaña. 

Ahí estaba Carlos el padre de Clara, a quien iba a decirle que Ismael no iba a llegar a la ceremonia, tal como el don lo había solicitado.

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