Apoyo su mano derecha sobre la pared y miro su dedo índice
recordando que no debía comerse más el pellejito de los dedos, por que después le ardía como
la mierda.
Después de terminar de hacer sus necesidades, corta un pedazo de papel higiénico y limpia
cuidadosamente lo que no llego a destino.
Tira la cisterna.
Baja la tapa celeste del wáter.
Nunca le gustó esa tapa, nunca les gustaron las cosas que
parecían estar fuera de lugar como esa tapa celeste. Los azulejos eran verdes
con motivos negros, sino estaba en la tapa
del libro estaba en el prólogo, la tapa celeste no combinaba con los
azulejos verdes.
Se da media vuelta.
Le llama la atención el muñequito de goma rojo con los
brazos abiertos que estaba pegado en la pared. Los brazos abiertos ayudaban a
sostener los dos cepillos de dientes.
Uno amarillo, el otro azul bolita.
Se mira en el espejo y se convence que el bigote le daba más
edad, pero pensaba que le quedaba estupendo.
El jabón le hace arder el dedo índice, recordándole
nuevamente que no debe de comerse más los pellejitos de los dedos.
Se seca con una toalla de dudosa ablución y sale del baño de Javier Fontán.
Al salir mira por el rabillo del ojo, ve el
saco del novio arriba del sillón de la abuela beba, heredado después de
que la veterana pasó a mejor vida.
Atrás de la mesa ratona se asoma el abdomen de Javier Fontán
empapado en un rojo carmesí.
Javier Fontán se había topado con la muerte.
La rígida y única muerte que puede encontrar un ser
humano.
Con tres pasos atraviesa el pasillo y se va.
Ahí estaba Carlos el padre de Clara, a quien iba a decirle que Ismael no iba a llegar a la ceremonia, tal como el don lo había solicitado.
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